

R. EMERJ, Rio de Janeiro, v. 19, n. 72, p. 66 - 81, jan. - mar. 2016
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jan coercitivamente en la prostitución procedentes de otros países. Una
conclusión que apoya algún interesante estudio empírico acerca de las
mujeres brasileñas implicadas en el mercado del sexo español e italiano
(Piscitelli, 2013 ) y otros, más ambiciosos, que denuncian el carácter inte-
resado de esa ofensiva masiva contra la trata como si fuera un fenómeno
inabarcable que, en realidad, no hace sino encubrir perversos intentos de
control de la movilidad femenina. En ese sentido, el importante informe
de 2010 de la GAATW, antes citado, ha destacado reiteradamente que las
leyes y las políticas anti-trata están limitando la libertad de movimientos
de las mujeres bajo el pretexto de protegerlas de los peligros de la emigra-
ción, de modo que utilizan la alarma del “riesgo a ser objeto de trata” para
impedir que las personas de países más pobres emigren. Algunos estudios
feministas insisten también en ello: gobiernos asiáticos que responden a
sus “miedos al tráfico” a través de disposiciones legales que restringen la
libertad de movimiento de las mujeres (Doezema, 2004) o mujeres que
son deportadas y que se ven sometidas en sus países de origen a intensos
programas de rehabilitación para persuadirlas del riesgo de volver a caer
en la migración y el tráfico (Aradau, 2009), son algunos otros ejemplos.
Por otra parte, está la necesidad prioritaria de hacer transparente
el mercado del sexo para discriminar a las verdaderas víctimas de trata
sexual, sean las que sean. En un clima de clandestinidad y de prohibición
como el que garantiza el abolicionismo imperante, en el que se niega la
voluntariedad de cualquier clase de prostitución o se sustituye por una
perversa presunción de vulnerabilidad de cuantas la ejercen, todo su en-
torno – incluido el que se encarga de su intermediación nacional o inter-
nacional - está bajo sospecha de explotación y de violencia y resulta im-
posible detectar a quienes están realmente bajo el imperio de la coerción
y el miedo. No es lo mismo hablar de violencia, intimidación o engaño
que de dominio o de opresión del capitalismo patriarcal. Son discursos
diferentes que, en su confusión interesada, dificultan gravemente la iden-
tificación de las mujeres que han sido traficadas y que están bajo situacio-
nes de acoso y de abuso de poder, siempre propìciadas por las restrictivas
normativas migratorias que operan en la gran mayoría de los países y que
descuidan sus derechos. Las escasas oportunidades que estas regulacio-
nes ofertan para las víctimas de trata es otro de los obstáculos para que
éstas salgan de la invisibilidad y se defiendan.
Si existiera ese proclamado interés por las víctimas de la trata, que
tanto reiteran los sucesivos instrumentos internacionales, su protección y