

R. EMERJ, Rio de Janeiro, v. 19, n. 72, p. 66 - 81, jan. - mar. 2016
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mal) el problema de la prevención y la represión de la trata sexual y se
valorara el amplio seguimiento que han tenido en los distintos derechos
nacionales habría que concluir que el problema que se denuncia en esa
comunicación europea - como en tantas otras directivas, resoluciones, re-
comendaciones, protocolos o acciones comunes de mayor o menor am-
plio espectro … - no debiera atribuirse a la ausencia de una conciencia
social negativa acerca del tráfico sexual de mujeres o a una inconsciente
demanda de los servicios que ofrece ni tampoco, seguramente, a la inexis-
tencia de un serio afán de persecución de los traficantes por parte de los
operadores jurídicos sino que tiene que ver, más bien, con la ceremonia
de confusión que ellas han creado – y permanece - en torno al concepto
de trata y al de sus víctimas y, desde luego, con el estatus de indefensión
y de desprotección que les aseguran.
La cruzada mundial, que se recrudece día a día, contra la prosti-
tución sin distinguir su carácter forzado o voluntario, o la ofensiva contra
el tráfico internacional de personas que persigue el cierre de fronteras y
el control de los flujos migratorios han diseñado un mapa represivo que,
poco o nada, tiene que ver con la violencia sexual que debiera reivindicar
nuestro concepto de trata como práctica criminal que causa a las muje-
res - sus víctimas preferentes - daños o sufrimientos físicos, psicológicos
o sexuales en los términos que la Convención de Belem do Pará define la
violencia de género (art. 1). Los intereses que, a partir de aquí se defien-
den, sean ideológicos o puramente estratégicos, son los verdaderamente
responsables de la invisibilización de las auténticas víctimas de la trata
sexual, de las cuales se detecta, según UNODC (2010), una de cada veinte.
Deberíamos preguntarnos, entonces, ¿qué porcentaje de aquel
79% de supuestas víctimas de trata se corresponde con mujeres económi-
camente vulnerables que han querido trasladarse a otro país o a otro lu-
gar de su país con un proyecto personal propio a la búsqueda de mejores
escenarios de vida y qué otro viene representado por mujeres y niñas ven-
didas por sus progenitores, obligadas a emigrar por guerras o desastres
naturales o captadas con engaño o con violencia en sus países de origen?.
No hay respuesta, porque unas y otras forman parte del mismo concepto
de trata que se diseña y se promueve internacionalmente. Diríase que
los intereses morales y económicos de la globalización capitalista se en-
caminan por otros senderos. El caso de EE UU en sus agresivas campañas
contra el tráfico de personas es muy esclarecedor. En su afán imperialista,