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R. EMERJ, Rio de Janeiro, v. 19, n. 72, p. 93 - 139, jan. - mar. 2016

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vez: no se trata, pues, de hablar o de enseñar el “género” sino de cómo

hablamos y de qué hablamos cuando hablamos de género.

Otro ejemplo: cuando el discurso jurídico instala la categoría de

“vulnerable” o “en condiciones de vulnerabilidad” quiebra la igualdad

formal de los “todos” y amplía y transforma el campo de los sujetos de

derecho. Nombrar desde la “ley” - apelo a la metonimia como recurso

retórico - las marcas estigmatizantes que operan desconociendo y negan-

do identidad, es ir más allá de la denuncia. Nombrar desde la “ley” es

poner en escena lo diferente, lo silenciado, lo negado y habilitar la par-

ticipación de otros actores sociales, porque los sujetos son producidos

mediante prácticas excluyentes y legitimadoras que se invisibilizan como

tales, y entre las cuales las jurídicas son altamente eficaces en ese proceso

de “naturalización”.

El derecho moderno ha hecho suyo el problema de la igualdad. Y

una vez que la igualdad entra en la historia, aunque como ficción, difícil-

mente sale de ella. De ahí que los temas de la ciudadanía y de los derechos

(y que otra cosa que una expresión de este problema es el que involucra

la violencia de género) se convierten en representaciones complejas de

nuevas formas de sociabilidad, en las que cambia la semántica y donde los

“espacios de experiencia” se transforman en “horizontes de expectativa”.

En sociedades donde las diferencias se acumulan como “reclamos

de reconocimiento” y como “síntomas” de discriminación, el sentido de

la igualdad no puede limitarse a la “igualdad ante la ley”. Sin embargo, el

discurso jurídico por su carácter social y performativo es determinante

aunque insuficiente, para constituir subjetividades y ampliar los espacios

de “igualdad”.

¿Dónde queda la armonía que es presupuesta por el liberalismo

para posibilitar el buen orden de la sociedad civilizada? ¿Cómo incluir en

su discurso los enfrentamientos, el odio, la discriminación, el horror al di-

ferente que día a día conforman el entorno en el que transcurren nuestras

vidas? Un mundo donde siempre el caos, el miedo y el desorden vienen

de afuera, donde siempre son los “otros” lo que interrumpen el discurrir

de la vida social.

Freud señala que “es preciso contar con el hecho de que en todos

los seres humanos están presentes unas tendencias destructivas, vale decir,

antisociales, y anticulturales, y que en gran número de personas poseen

suficiente fuerza para determinar su conducta en la sociedad humana”.