Background Image
Previous Page  68 / 224 Next Page
Information
Show Menu
Previous Page 68 / 224 Next Page
Page Background

R. EMERJ, Rio de Janeiro, v. 19, n. 72, p. 66 - 81, jan. - mar. 2016

68

por “las personas vulnerables a la trata” y había incluido, como uno de los

elementos definitorios de su forma coercitiva, el abuso de una situación

de vulnerabilidad, pensada “especialmente para mujeres y niños”, a los

que dedicaba una explícita mención. El feminismo abolicionista había ga-

nado, una vez más, su guerra contra la prostitución y contra la capacidad

de las mujeres para adoptar decisiones racionales sobre sus cuerpos y sus

vidas. La Coalition against Trafficking in Women consideraba que ni ellas

ni los menores podían consentir en viajar para trabajar en la industria del

sexo, por lo que si lo hacían, debían ser considerados como víctimas de

trata y objetos de “salvación”, por más que no hubieran sido sometidas a

ninguna clase de violencia, engaño o abuso (Maqueda, 2009).

De ese modo, trata y prostitución acabarían situándose en el mismo

plano de agresión a la dignidad personal y a los derechos más inalienables

de las mujeres. Habría una presunta violencia estructural – procedente

del patriarcado - que pesa sobre ellas y deja sin efecto el consentimiento

prestado: y si no hay prostitución libre, ¿cómo va a existir la libre volun-

tad de emigrar con ese fin? Son dogmas que se han ido instalando, sin

ambages, en la legalidad internacional, confirmando el peso simbólico de

la representación “trata/prostitución/sexualidad femenina”, en tanto que

orientadora de la acción institucional hacia un esquema de victimización

que aparece extremadamente peligroso porque prescinde del reconoci-

miento del derecho a la libre determinación de las mujeres (Gianmari-

naro, 2000). Una vez más se hace explícito el viejo mito simplificador de

las migraciones sexuales donde mujeres “jóvenes” e “inocentes” quedan

a merced de traficantes “insidiosos” y “perversos”, bajo el que se ocul-

tan muchos miedos y ansiedades, el miedo a los flujos migratorios que

invaden la nación, la imparable expansión capitalista y el terror a la in-

dependencia de las mujeres y a su sexualidad que se refuerza con esa

“mirada colonial” de las feministas occidentales orientada a perpetuar la

presunción de infantilismo y desvalimiento de las mujeres de las culturas

periféricas (Doezema, 2004). Así se construye el status de víctima de la

trabajadora sexual inmigrante. En el imaginario colectivo y en las leyes.

Es lo que se conoce como “lenguaje trafiquista” (Azize, 2004) que

simplifica la realidad en una suerte de dicotomía entre malos y buenos:

de una parte, las mafias criminales que engañan y explotan; de otra, las

pobres víctimas, presas del engaño y la explotación. No se admite prueba

en contrario, ni de lo uno ni de lo otro porque se trata de una estrategia