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R. EMERJ, Rio de Janeiro, v. 18, n. 67, p. 105- 118, jan - fev. 2015

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ción de su accionariado, y por consiguiente de búsqueda de rentabilidad

y reducción del pluralismo informativo. La interrupción voluntaria del em-

barazo, como problema siempre candente, suscita una constante aten-

ción de los medios de comunicación, fuertemente polarizados al respecto.

Pero lo que interesa destacar ahora no es tanto eso como el hecho de que,

como en la mayoría de problemáticas sociales, también aquí se registra un

viraje importante de su antiguo tratamiento como un problema complejo,

donde era necesario considerar factores colectivos (culturales, sanitarios,

económicos, etc.), a un enfoque individual, subjetivizador del problema.

El tratamiento periodístico del aborto —incluso cuando obedece a lógicas

progresistas

— pone cada vez mayor énfasis en los derechos del feto fren-

te a los de la mujer gestante. Otorgarle personalidad (pues de otro modo

no es posible reivindicar un derecho subjetivo a vivir) supone observarlo

como víctima inocente de alguien, algo que casa bien con el contexto rei-

nante de victimización general de la sociedad

6

.

En el campo político-administrativo, mientras por un lado se hacen

campañas recurrentes de sensibilización acerca de los riesgos del sexo inse-

guro, o se crean sistemas de reparación de la violencia patriarcal contra las

mujeres, por otro lado se hace la vista gorda ante el constante estímulo de

la industria audiovisual (a través de los filmes publicitarios, de las películas

cinematográficas, de los juegos de ordenador, etc.) a mantener relaciones

sexuales sexistas e inseguras, convirtiendo la hipersexualidad coitocéntrica

casi en una obligación social. Y sobre todo, mientras esto sucede, persiste

un grave déficit de inversión en educación sexual en las escuelas, aquello

que más puede contribuir a la prevención de la transmisión de enferme-

dades venéreas por prácticas inseguras, de los embarazos no deseados, o

de conductas sexistas en los propios centros educativos como estigmatizar

a las adolescentes sorprendidas con un preservativo por sus compañeros.

Esta doble moral puede apreciarse también en la prohibición ge-

neral del aborto libre en Estados que como Brasil no dotan a las mujeres

de los medios necesarios para tirar adelante con la maternidad, o que

toleran el lucro privado de clínicas de interrupción del embarazo (al punto

de contar éstas con un importante lobby en el Congreso para frenar cual-

quier proyecto de ley que garantice la atención del aborto por el sistema

6 Análogamente, las regulaciones sobre “violencia de género”, si bien objetivamente suponen una protección de las

mujeres frente a la fuerza ejercida por sus pares masculinos en el contexto de sociedades de estructura patriarcal,

subjetivamente tiene el inconveniente de comportar el tratamiento de las mujeres como víctimas potenciales de los

varones, y por tanto (como en el caso del feto) como sujetos

débiles

a tutelar.