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R. EMERJ, Rio de Janeiro, v. 18, n. 67, p. 105- 118, jan - fev. 2015

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res mayores sin ayudas estatales o con una pensión mínima, en las que no

perciben la pensión alimenticia de sus maridos a pesar de tenerla recono-

cida por una sentencia, en las que ingresan salarios menores que los hom-

bres teniendo idénticas categorías profesionales, en la indefensión factual

de aquellas que son maltratadas, física y/o psicológicamente, y en general

en el carácter femenino que ha adquirido el trabajo a tiempo parcial cohe-

rentemente con la feminización del trabajo doméstico no-remunerado.

Esta desigualdad femenina estructural se agrava particularmente

en el caso de las mujeres (sobre todo las adolescentes) que desean inte-

rrumpir voluntariamente un embarazo no deseado. Pues a su condición

de mujeres objeto de coerción económica y sociocultural se unen aquí

otras violencias: la de su entorno personal (familiares, amigos y eventual-

mente la del hombre fecundador que desea ser padre), especialmente in-

tensa en sociedades como las brasileña y española de fuerte componente

machista; la del Estado que les niega la libre satisfacción de su pretensión

o que, aun reconociéndola parcialmente, no hace dotación de los medios

necesarios para llevarla a la práctica; la ya comentada de la religión, cuya

fuerza queda patente en Brasil por la capacidad mostrada de condicionar

la política sobre aborto y anticonceptivos de un gobierno supuestamen-

te feminista como el petista; la de aquellos hombres que las presionan

para deshacerse de un problema que no tenían previsto, acudiendo irres-

ponsablemente a comadronas; o la de la misma intervención médica, por

omisión, en los casos de objeción de conciencia, o por acción, pues el

aborto no deja de ser la aplicación de una fuerza sobre el cuerpo de la

mujer por parte de una tercera persona, con posibles secuelas físicas y

sobre todo psicológicas.

Todos estos aspectos —irrelevantes para las posiciones “pro-vi-

da”— muestran que el rol reconocido a las mujeres en las leyes es a to-

das luces insuficiente para contrarrestar el enorme peso del poder social

masculino —soberano aún hoy en los campos estatal, familiar, religioso y

económico—. Lo cual no es más que una verdad de Perogrullo. Lo esen-

cial aquí es entender que

la problemática del aborto no puede ser vista

exclusivamente desde la óptica de los derechos individuales

, pues en ella

intervienen terceras personas con poder suficiente como para anular la

supuesta autonomía de la voluntad que el derecho presume en la mujer a

la que ha dotado de la posibilidad de interrumpir legalmente su gestación.

Además, como mostrara brillantemente Tamar Pitch hace más de una dé-