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R. EMERJ, Rio de Janeiro, v. 18, n. 67, p. 317 - 329, jan - fev. 2015

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mica. Y, consecuentemente, no han sido capaces de articular una defensa

contundente de las estructuras democráticas frente a las nuevas gramá-

ticas del poder mundial. Han vaciado de contenido su ideario político y

han provocado, que la izquierda perdiera una buena parte de sus señas

de identidad, perdiendo también la conexión con sus bases electorales.

La política tiene una función pedagógica ineludible a la que la iz-

quierda no puede, ni debe renunciar. Los partidos socialistas deberían

hacer una apuesta fuerte en defensa de la recuperación democrática, de

la integración y de la cohesión socioeconómica de todos, sin importar el

lugar de nacimiento ni la opción moral de cada uno. Pero no sólo una

defensa de la democracia liberal, que a veces se reduce a implementar el

derecho de sufragio y una mera gestión de cosas y personas, sino también

de la democracia social y económica, todavía pendientes. En definitiva,

recuperar la estructuración democrática de la sociedad, que ha sido coop-

tada en las últimas décadas por un

parlamento virtual

de prestamistas y

especuladores al servicio de los intereses particulares del poder económi-

co y financiero hasta el punto de convertir la actual gramática del poder

en un juego de suma cero entre acreedores y deudores.

Este sigue siendo el gran déficit de nuestras sociedades, y debería

ser de nuevo el ideario socialista y de la izquierda en general, donde la se-

guridad no se vincule sólo al orden y a la autoridad, sino primordialmente

a la redistribución económica, a la universalización de la educación, a la

igualdad material, al reparto solidario de bienes y recursos y a la preserva-

ción de los espacios comunitarios y de las prestaciones públicas. Los parti-

dos socialistas y la izquierda, en general, deberían recuperar sin ambages

la cuestión socioeconómica y el discurso social en el debate político, así

como el control normativo de la política democrática.

Demanda de valores

Los Estados democráticos modernos han hecho dejación en las

últimas décadas de su poder ideológico, quedándose sólo con el poder

coercitivo. Este sí que es

el problema

. Y la consecuencia más inmediata

del mismo es que, incluso, una incipiente salida de la recesión económica

no garantiza el fin de las políticas de austeridad. Confirmando, así, que

la austeridad no es sólo una respuesta coyuntural ante la crisis, sino que

representa un cambio ideológico profundo en la actividad política, que